«Cómo no voy a querer coserte a besos con las balas que lanzas al corazón»

No soy una gran lectora de poesía, debo reconocerlo, pero la primera vez que escuché este vídeo de Paula Ramos Mederos recitando uno de los poemas de «Poetas de El Otro», me llegó al alma. Me encanta su voz, su manera de transmitir y cómo se siente. De vez en cuando me lo pongo y sigue emocionándome como el primer día, así que aquí os lo dejo, para que vosotros también podáis disfrutarlo. Espero que os guste tanto como a mí.

 

Ayer, mientras subía en ascensor al piso de la decadencia, no paraba de pensar en nosotros. En que a veces te me haces cuesta arriba, como si tuviera que tirar de ambos para llegar a alguna parte. Y yo ya estoy muy cansada de tirar de mí.
Me iba genial con mi coraza, con mis besos a media asta, con vivir del recuerdo, o con él. Pero tenías que llegar, con sonrisas, y tenías que pedirme explicaciones sin hablar. Tú, que no comprendes que podría enamorarme tan fuerte, que tengo un cúmulo de distancias desbordado ya. Que ya no le quiero, y eso duele. Tú, que aún no lo sabes. Tú y tus mensajes a las cinco de la mañana diciéndome que soy  los minutos más bonitos de tu noche, aunque desaparezca antes de que enciendan las farolas.
He pasado por el bar para ir a clase. He salido tantas veces de él a estas horas, y qué distinto me parece. De madrugar y dejar el alcohol he aprendido que la vida es una mierda, que me sigue latiendo el pecho a ritmo de blues cuando nadie me oye, cuando es muy temprano para bailarte desnuda. Que prefiero la copa y la barra y arrastrarme por las aceras a esta cotidianeidad tan horrenda que parece tener absorta a la sociedad. ¿Qué clase de infelices pueden vivir así? Sin dolor, sin resaca, sin el sabor amargo de otra noche gastada y otro día perdido hasta las tres de la tarde. ¿Qué clase de infelicidad hay en ser feliz, en el equilibrio?

Cariño, anoche me enfundé los tacones para dejarte huella, me pinté los labios y me ricé el pelo; qué suerte que lo hayas notado, y qué mal que me den ganas de llamarte a estas horas. Te tengo prohibido tenerme de día. Mis fantasmas aparecen con el amanecer y no con la oscuridad. Me llevo tan mal con la luz… No quiero que me veas así, sangrante, dispuesta a dejarme arrollar por cualquier coche solo por no dar un paso más. Dame la mano que vienen curvas y te voy a besar.

Si me salvas de otra primavera, me quedo. Aunque suponga sumarle otro kilómetro a mi vida, aunque tenga que dejarme de nuevo la piel de serpiente para ser la niña que sonríe. Ya no sé si es pedirte perdón, o permiso, pero tú te preguntabas si había perdido tus labios de vista, y como no voy a querer coserte a besos con las balas que lanzas al corazón.

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