Fotografía: www.lawebdelacultura.com
Casi toda mi familia materna vive en Madrid, por eso durante mi infancia y hasta que comencé a trabajar, reservábamos unos días para juntarnos y disfrutar de todo lo que ofrece la capital. Lo pasábamos de maravilla, pero siempre volvía a Coruña diciendo «jamás viviría en una ciudad tan grande como Madrid». Pero las circunstancias cambiaron y en el año 2012 me vi mudándome con cuatro bártulos en una furgoneta a un pequeño piso del barrio de Malasaña del que no me he movido hasta el momento (salvo durante un año, en el que estuve viviendo en otro barrio de la zona norte, pero esta ya es otra historia).
El caso es que me enamoré de Madrid, un flechazo en toda regla: me encantaba el barrio en el que me había instalado, el entorno, los paseos en los que descubría rincones nuevos cada día, soñar con todas las posibilidades que me iba a ofrecer la ciudad, el buen clima, la gente, etcétera. Nunca dejó de gustarme volver a pasar unos días en A Coruña, pero lo tenía claro: «jamás volvería a vivir en una ciudad tan pequeña como A Coruña».
Madrid me ha ofrecido muchas cosas positivas y no puedo negar que mi vida aquí es bonita: tengo un trabajo que me gusta, me rodeo de personas a las que quiero, el tiempo de ocio puedo dedicarlo a actividades muy diferentes y divertidas, me permite viajar con más frecuencia con opciones más baratas, me ha abierto mucho la mente y además me ha convertido en una persona más valiente y echada para adelante. Pero Madrid agota, algo que ya me habían advertido muchas personas que pasaron unos cuantos años aquí y que luego volvieron a vivir en una ciudad pequeña. Creía que esto jamás me pasaría a mí, os lo prometo, pero al final irremediablemente me ha sucedido y ahora, cada vez que vuelvo a A Coruña a pasar unos días, pienso «Ojalá volver a vivir aquí».

Me fui de A Coruña un tanto decepcionada con la ciudad y las oportunidades que ofrecía y me vine a Madrid con un cierto rencor hacia ella. Lo mantuve durante mucho tiempo, pero poco a poco y con el paso de los años, empezó a desaparecer. No sé si es la edad, pero sueño con una vida que no era la que quería en 2012; extraño toda esa cotidianidad que aporta una ciudad pequeña: poder visitar a mi familia todas las semanas, tomar un vino con mis amigos y poder regresar a casa caminando, planear una escapada a la playa o, mejor aún, que pueda surgir de manera espontánea, ver que el dinero no se evapora en tus manos, poder vivir en una casa que no se lleve gran parte de tu sueldo en un alquiler, no rodearme constantemente de bullicio y que las horas no se te vayan en trayectos interminables. Quiero que el tiempo, mi tiempo, pase lento, o al menos tener la sensación de que las horas tienen efectivamente sesenta minutos.
A cualquier persona que viva en una ciudad pequeña y esté pensando en mudarse a una más grande, sin duda, le animo a que lo haga porque es una experiencia maravillosa de la que no se va a arrepentir jamás y puede que se adapte de tal manera que finalmente se convierta en su vida ideal, pero que no se frustre si no es así y sueña con regresar a una vida más tranquila, en un pueblo o en una ciudad más pequeña. No será el primero ni tampoco el último. Regresar a veces no resulta tan sencillo como puede parecer, principalmente por el trabajo, así que si estás en el mismo punto que yo, plantéatelo como algo a largo plazo, que puede que llegue en algún momento y mientras tanto, continúa recordando qué es lo que te enamoró de la ciudad en la que estás ahora y trata de vivirlo con todas las ganas y la felicidad posible, porque cuando camines con bastón y peines canas, seguramente recuerdes esta época como una de las mejores de tu vida.
Y tú, ¿sientes morriña de tu ciudad?