Carta de despedida en San Valentín

Este relato es del día en el que el corazón se me rompió en mil pedazos. Lo publico el día de San Valentín porque así celebro yo que incluso los pedazos más chiquitos se pueden recomponer. Espero que os guste.  💕

Ya lo he recogido todo. Parece mentira que después de cuatro años en esta casa toda mi vida quepa en cinco cajas y dos maletas. He dejado gran parte de mi ropa en el armario, puedes hacer con ella lo que quieras. Necesito desprenderme de todo lo que me recuerde a ti. Le he pedido al camión de la mudanza que venga temprano. No quiero cruzarme con nadie, no tengo fuerzas ni ánimos para explicar que me voy, que llegué a esta ciudad por amor y que me voy por amor propio.

Ahora veo el salón medio vacío. Me recuerda a la primera vez que llegamos aquí, cuando tú fruncías el ceño y no le veías muchas posibilidades a esta casa, que tenía las paredes pintadas de un color amarillo desgastado que parecía sucio y propio de un ex inquilino fumador. Yo solo veía unos enormes ventanales que daban a una calle soleada y a unos balcones llenos de geranios. Te bastó mi sonrisa y contarte que con una mano de pintura blanca y algunos detalles podía quedar muy acogedora para que decidieses que nos la quedábamos. Esa misma semana ya estábamos viviendo en una nueva ciudad en la que nos bastaba sentarnos en la plaza y beber una lata de cerveza para ser felices.

¿Qué nos ha pasado? Dime, ¿cuándo dejaste de quererme?

Entro en la habitación y pienso que tarde o temprano, en el lado derecho de la que ha sido nuestra cama durante tanto tiempo, habrá otra persona que apoye la cabeza en mi almohada, que se tape con mis sábanas y que te abrace.

¿Tardarás mucho en olvidarme por completo? ¿Me echarás de menos esta noche? Recuerdo cuando sonaba el despertador cada mañana y mientras estirábamos los minutos un poco más antes de levantarnos, me contabas todas las cosas que te decía en sueños. Eran conversaciones sin sentido, pero a ti siempre te hacían mucha gracia y me decías que a veces resultaba más simpática dormida que despierta.

Todavía estás a tiempo. Llámame. Dime que me quede.

Entro en el baño por última vez. Me miro en el espejo. Dios mío, estoy tan demacrada. En las estanterías todavía quedan algunas de mis cosas, ¿qué harás con ellas? Quiero pensar que me echarás de menos y que algún día abrirás el bote de crema y lo olerás, que te recordará a mi y te arrepentirás de que ya no esté aquí. Y si eso sucede, ¿qué estaré haciendo yo entonces?

Miro el reloj. En diez minutos habrá llegado el camión de la mudanza.

Voy a la cocina a beber un vaso de agua. Apenas hay comida en la nevera y hay platos sucios en el fregadero. Me imagino que hoy cenarás fuera de casa, que habrás quedado con alguien después de trabajar para estirar la noche y volver a casa tarde. No querrás ver que mis cinco cajas y dos maletas ya no están. Te acostarás sin encender las luces. Mañana será otro día. ¿De verdad esto es lo que quieres? ¿Ya no hay vuelta atrás?

Te has ofrecido a quedarte y ayudarme a bajarlo todo. Te he dicho que no, no podría soportarlo. Hace tiempo que ya no me miras a los ojos y cuando lo haces, tu mirada ya no es la misma. Está vacía, sin alma, sin vida. Me cuesta reconocerte, casi tanto como lo que me cuesta reconocerme a mi frente al espejo. Saco del bolso el llavero y comienzo a sacar las llaves una a una. Te las dejaré en el platito de la entrada y en cuanto termine la mudanza, cerraré la puerta de golpe. Exactamente como lo has hecho tú conmigo.

Me asomo a la ventana por última vez. Ya veo una pequeña furgoneta de mudanzas doblando la esquina. Imagino que será la mía porque les he explicado que no me llevaré muebles, ni una cama, ni una nevera. Creo que ya ha llegado la hora.

Espero poder dejar de quererte algún día. Dime que podré, por favor. Dime que volveré a reconocerme en el espejo y dime que volveré a ser feliz.

Han llamado al tiembre. Ya me voy. Acuérdate de regar las plantas, no dejes que se mueran, sobre todo el geranio, el del balcón, que fue lo primero que convirtió estas cuatro paredes en un hogar. Ojalá cuando llegue el verano haya vuelto a florecer. El geranio y yo.

Autora: Adriana F. Alcol

Fotografía: Pablo Iglesias

¿Te animas a demostrar el Malasaña que queremos?

Últimamente estoy un poco triste. Antes, cuando hacía búsquedas sobre Malasaña, solía encontrar artículos que invitaban a visitar el barrio, pero desde hace ya un tiempo – más largo del que habría deseado – suelo leer, tanto en prensa escrita como en las redes sociales, muchas críticas sobre el cambio que está sufriendo: cierre de locales emblemáticos, precios y alquileres imposibles, etcétera. Me apena que esto suceda, pero sobre todo, me apena que gran parte de los artículos y comentarios que leo siento que se acercan demasiado a una realidad que no me gusta y con los que estoy prácticamente al 100% de acuerdo.

Gracias a este pequeño rincón virtual, recibo cada semana muchas de las iniciativas que los negocios de Malasaña llevan a cabo para tratar de mostrar el lado más bonito del barrio a vecinos y a visitantes y eso lo que trato de mostrar en este blog. Confieso que desde hace un tiempo he abierto la veda a otras zonas de Madrid, porque esto no deja de ser para mí un pequeño diario en el que os hablo de las cosas que me atraen y últimamente gran parte de mi tiempo libre lo paso fuera de las fronteras malasañeras.

Ayer, por ejemplo, estuve viendo las tres exposiciones que estaban abiertas al público en el Círculo de Bellas Artes y pensé en lo afortunadas que somos las personas que vivimos en Madrid y lo poco que en ocasiones lo aprovechamos. Tenemos mil y una opciones de ocio que disfrutar y dejamos pasar: conciertos, exposiciones, obras teatrales, ciclos de cine, ferias, talleres, etcétera. Es imposible no encontrar una actividad que se adapte a tu edad, tus gustos y tu disponibilidad.

No cabe ni la menor duda de que Malasaña está sufriendo muchos cambios que no nos gustan a (casi) nadie. Han convertido un barrio que era un pequeño pueblo dentro de una gran ciudad, en un lugar prácticamente prohibitivo para (sobre)vivir. Por desgracia, además de conocer las iniciativas bonitas que se llevan a cabo, también escucho los testimonios de muchas personas que están sufriendo mucho para poder sacar adelante proyectos en los que creen, porque cada vez existen más trabas para los pequeños comercios que  tratan de hacer del centro de Madrid una zona comercial que no resulte exclusiva de las grandes multinacionales. 

Pero, ¿sabéis qué? Yo no he tirado la toalla con Malasaña: es un barrio vivo en el que además de poder disfrutar de una amplia oferta hostelera desde la hora del desayuno hasta la hora de la cena, de un ocio nocturno que sin duda sigue atrayendo a multitud de personas (más a los que viven fuera que a los vecinos, no nos vamos a engañar), de negocios originales que apuestan por el diseño independiente o de paseos por (algunas) calles secretas en las que parece que el tiempo se haya detenido, tiene algo que perdura década tras década: Malasaña intenta seguir promoviendo la cultura en sus diferentes facetas.

¿Te has propuesto recorrer el barrio y fijarte en la de teatros que tenemos? Tendría que ser delito que al menos una vez al mes no fuésemos a una sala, grande o pequeña, a disfrutar de alguna función. El teatro es pura magia, algo que en otras muchas ciudades extrañan y que nosotros parece que no apreciamos como se merece. Cada barrio del centro de Madrid cuenta con salas que narran historias; el teatro te llena el alma y te ayuda a desconectar de la realidad casi como nada lo consigue a día de hoy. Es una válvula de escape que todos deberíamos aprender a valorar. Piensa, ¿cuándo fue la última vez que fuiste al teatro?

¿Por qué no dejas Spotify a un lado y disfrutas de música en directo? Malasaña también cuenta con salas que organizan conciertos: música en vivo con la que bailar y corear las letras que te sabes. Si descubrir a una banda en alguna plataforma online es maravilloso, no te quiero ni contar si la escuchas en una sala. Eso se sumará a tu banco de recuerdos, de esos que esperas no olvidar jamás. 

¿Qué me decís de las librerías? Me encanta cuando paso por delante y veo que todas las semanas presentan libros u organizan talleres para enseñarnos a escribir, o clubes de lectura que nos invitan a llevar siempre un libro en el bolso. Me gusta cuando un escritor da una charla o se recitan poemas que salen del alma. Y aquí, además, hay librerías en las que te puedes tomar un vino mientras lees. Dime, ¿hay algo que inspire más paz y más tranquilidad?

Y las exposiciones, ¿os habéis fijado todas las que se proponen en el barrio? Además de contar con galerías de arte, muchos establecimientos apuestan por tener en sus paredes o en sus vitrinas pinturas, ilutraciones, fotografías o esculturas. Atrévete a descubrir artistas nuevos y si tienes la posibilidad de ahorrar un poquito, verás el placer que supone poder comprarte alguna pieza. El arte ya no es solo apto para millonarios y verás cómo invertir en esa ilustración que te gusta, satisface mucho más que comprarte ropa de temporada. En Malasaña hay galerías que ya en sí son verdaderas obras de arte por su arquitectura, así que si vives aquí o si  vas a venir unos días, no dejes de visitar alguna que llame tu atención. En mi opinión, las exposiciones fomentan la inquietud de saber más y esa es una de las sensaciones más maravillosas que existen.   

Una (gran) parte de Malasaña quiere seguir siendo un barrio que pretende diferenciarse  de otras zonas que se han convertido en auténticos centros comerciales sin alma, pero para ello debe contar con nuestro apoyo. ¿De qué sirve poner un emoticono triste en una red social cada vez que algún medio anuncia el cierre de algún local emblemático si jamás lo pisamos? ¿De qué vale decir que este barrio cada vez es menos auténtico si en lugar de tomarnos una tapa en un bar de toda la vida nos vamos a esa franquicia que te vende dos hamburguesas de cuestionable calidad por una y además, te regala las patatas?

Los barrios los hacen las personas que los visitan, los vecinos, los propietarios de los locales, lo cuidado que lo tengamos entre todos, por lo que apostemos, y yo me niego a creer que Malasaña es, sin más, una zona del centro de Madrid con una amplia oferta de apartamentos vacacionales y comida rápida. Si dejamos que esto suceda, Malasaña se irá a la mierda en menos de lo que canta un gallo. Durante muchos años ha sido un barrio que ha tratado de diferenciarse del resto a través de su originalidad y su amplia oferta de ocio, ¿estamos dispuestos a perderlo?. 

No lo echemos por la borda y apostemos por el Malasaña que realmente queremos, ese que nos atrajo por su autenticidad, originalidad y oferta cuando aterrizamos en él. Si quieres que sobreviva, que se mantengan los negocios de siempre y que convivan con los que llegan cada año para seguir dando vida al barrio, entonces compra en el pequeño comercio; saca entradas para ir al teatro, a un concierto o a una sala de cine, visita las exposiciones que llegan a las galerías, entra en las librerías, escucha la presentación de un libro, cómpratelo y deja que te lo firme el propio escritor.

Saquemos jugo a todas las propuestas que llegan y no nos lamentemos cuando ya sea demasiado tarde. Que los negocios sigan apostando por nuestras calles o que la oferta cultural siga creyendo que Malasaña merece la pena, depende en gran medida de nosotros. ¿Te animas a demostrar el Malasaña que queremos?