Estudié relaciones laborales. Antes de terminar la carrera, empecé unas prácticas en una empresa de selección de personal y luego me quedé trabajando allí. Fueron unos años maravillosos, quizás de las experiencias laborales más bonitas que he tenido en mi vida – en España todavía no había llegado la crisis y el ambiente laboral era inmejorable. De pronto llegaron las fusiones, las absorciones y mi puesto de trabajo peligraba. Me surgió una oferta en una empresa similar y decidí marcharme, pero parecía que las fusiones me perseguían, así que ese trabajo no duró tanto tiempo como yo habría deseado. Entonces me planteé hacer un máster y lo compaginé con trabajos temporales que me proporcionaban algunos ingresos y que hacían que mi nivel de estrés fuese entre cero y nada. No es que me llenasen demasiado (por no decir que no me llenaban absolutamente nada) pero fue una época feliz y tranquila en la que seguía buscando trabajo de lo mío. Galicia en época de crisis no es el mejor lugar para encontrar trabajo, pero finalmente llegó y volví a trabajar en selección para una empresa de externalización de servicios. Esa fue quizás la peor experiencia laboral de mi vida, pero aprendí algo muy importante: Qué clase de persona no quiero ser jamás, así que aunque recuerdo esa oficina como gris y lluviosa, algo saqué en limpio (además de a dos personas a las que considero amigas, que no es poco).
Durante los últimos meses en Coruña, colaboraba con algunas webs como editora con temáticas que no me atraían demasiado – venga, os confieso que llegué a escribir la biografía de Kiko Hernández, ya podéis matarme – y alguien me ofreció por primera vez la oportunidad de trabajar como Community Manager, un término del que no había escuchado hablar hasta ese día… ¡Yo, que no tenía ni internet en el móvil y mis amigas se reían de mí porque no sabía ni lo que era un whatsapp! Pero tuve una reunión y acepté comenzar a compaginarlo con mi trabajo «real». La empresa no tenía demasiada chicha, de hecho era un proyecto que se veía que no iría para adelante, pero yo aprendí muchas cosas y me sirvió para darme cuenta de que era un mundo que me gustaba.

Y de repente llegó Madrid. Encontré un curso – máster (qué más da la terminología, lo importante es que a mí me sirvió para aprender muchas cosas) para convertirme en «Community manager» de manera oficial y poder tener un título (maldita «titulitis«) que me acreditase para poder gestionar las redes sociales de posibles proyectos a los que comencé a enviar propuestas. Y así fue como nació (o quizás siempre lo he tenido, pero nunca le había permitido despertar) mi faceta de «freelance» o «autónoma», llamadlo como más os guste, al fin y al cabo no dejan de ser términos o etiquetas.
Creé este blog y lo que en un principio imaginaba que sería un entretenimiento hasta que encontrase un trabajo «de verdad» – sí, porque eso del teletrabajo, ganando una miseria por muchas horas que le dedicase, teniendo una carrera y un máster del universo, no entraba en mi cabeza ni en la de nadie que me rodease. Buscar un trabajo de verdad era mi objetivo principal y no debía salirme del camino que la vida me había marcado.
No sé deciros qué me pasó exactamente, ni cómo ni cuándo sucedió. Sólo sé que a pesar de lo que me decía la gente, empecé a plantearme muchas dudas existenciales (para mí eran las más existenciales del mundo mundial): ¿Y si lo mío no es recursos humanos? ¿Y si esto que ha comenzado un poco como hobbie se me da mejor que sentarme frente a un ordenador todos los días a hacer cribas curriculares? Y me dí cuenta de que, a pesar de no tener horarios, de trabajar fines de semana, de hacer colaboraciones gratuitas o de cobrar menos del esfuerzo que merecía cada uno de mis trabajos, NUNCA había sido más feliz laboralmente hablando.
Trabajo en algo que me gusta. Este blog es un pequeño escaparate – aunque para mí es mucho más que eso, porque no lo veo únicamente como una parte de mi trabajo, va mucho más allá de eso – que me sirve para que posibles clientes vean cómo trabajo, cómo escribo o cómo gestiono las redes sociales. Tener un trabajo que para mucha gente es un hobbie, a veces te hará escuchar cosas que no te gustan, del tipo «¿Pero tú cobras por esto?», «Desde luego, hay que ver cómo vives», «¿Y cuándo vas a buscar un trabajo de verdad?», «El pobre Fulanito trabaja muchísimas horas»… He aprendido a mirar a la gente que me plantea estas cuestiones a los ojos, asentir con la cabeza y pensar en otra cosa. Tratar de explicar a alguna gente que aunque mi trabajo me hace feliz, no deja de ser trabajo, es algo que he comprobado que no me aporta demasiado y que no hará que esas personas cambien de opinión.
Con este trabajo he aprendido muchas cosas, muchas más de las que podría haber imaginado en un principio: He aprendido a gestionar mi tiempo, a poner precio a mi trabajo, a organizar mi agenda, he aprendido a decir que no… y también que sí, he aprendido a no descontar horas en una jornada y a no mirar tanto el reloj. Ahora sé lo que supone disfrutar de un martes por la tarde libre y lo que es trabajar un domingo hasta que se hace de noche. He comprendido que no todo el mundo tiene por qué entender el estilo de vida que has decidido vivir y he aprendido a relacionarme más con la gente. Esta profesión me ha enseñado a entender que en el trabajo también se puede reír e incluso bailar. He aprendido a reclamar lo que se me debe o a decepcionarme con proyectos que al final no han salido adelante. Este trabajo me ha enseñado (y me sigue enseñando cada día) mucho de mí misma y sobre todo me ha enseñado a que, aunque sea lunes, el día esté gris y den lluvias durante toda la semana, me puedo levantar con una sonrisa.
Ser feliz en el trabajo es algo muy importante y no creo que solamente dependa de las funciones que desarrolles: El ambiente, los compañeros, un «gracias» o «buen trabajo», la motivación por parte de los superiores o compartir café o descansos con alguien que te haga desconectar de tus responsabilidades en determinados momentos son algunas de las cosas que pueden hacer que trabajar no se convierta única y exclusivamente en una obligación. Todo el mundo tenemos derecho a ser felices en lo que nos ocupa la mayoría de nuestro tiempo de lunes a viernes (o sábados y domingos también, dependiendo del trabajo que tengamos), así que intenta que tu jornada sea siempre lo más llevadera posible, alejándote de compañeros tóxicos que se lamentan más tiempo del que realmente trabajan o tratando de llevar de la mejor manera posible a esos jefes que parece que han dejado de ser personas para convertirse en seres que se creen dioses (o más bien verdaderos demonios). Y sobre todo, MUY importante: Aprende también a desconectar, que ningún trabajo se merece que pienses en él 24 horas al día.
Hoy, que mi oficina se ha quedado sin internet durante toda la mañana, os animo a que luchéis por vuestros sueños, pero deberéis tener en cuenta que no es un camino fácil, que requiere mucho esfuerzo y empeño. La felicidad laboral se consigue a base de trabajo, no hay otro camino y por último, os aconsejo que os pongáis el mundo por montera, que la gente opine lo que quiera; lo importante es que vosotros os sintáis realizados y sí, ser feliz en el trabajo es posible. Créedme.