¿Te animas a demostrar el Malasaña que queremos?

Últimamente estoy un poco triste. Antes, cuando hacía búsquedas sobre Malasaña, solía encontrar artículos que invitaban a visitar el barrio, pero desde hace ya un tiempo – más largo del que habría deseado – suelo leer, tanto en prensa escrita como en las redes sociales, muchas críticas sobre el cambio que está sufriendo: cierre de locales emblemáticos, precios y alquileres imposibles, etcétera. Me apena que esto suceda, pero sobre todo, me apena que gran parte de los artículos y comentarios que leo siento que se acercan demasiado a una realidad que no me gusta y con los que estoy prácticamente al 100% de acuerdo.

Gracias a este pequeño rincón virtual, recibo cada semana muchas de las iniciativas que los negocios de Malasaña llevan a cabo para tratar de mostrar el lado más bonito del barrio a vecinos y a visitantes y eso lo que trato de mostrar en este blog. Confieso que desde hace un tiempo he abierto la veda a otras zonas de Madrid, porque esto no deja de ser para mí un pequeño diario en el que os hablo de las cosas que me atraen y últimamente gran parte de mi tiempo libre lo paso fuera de las fronteras malasañeras.

Ayer, por ejemplo, estuve viendo las tres exposiciones que estaban abiertas al público en el Círculo de Bellas Artes y pensé en lo afortunadas que somos las personas que vivimos en Madrid y lo poco que en ocasiones lo aprovechamos. Tenemos mil y una opciones de ocio que disfrutar y dejamos pasar: conciertos, exposiciones, obras teatrales, ciclos de cine, ferias, talleres, etcétera. Es imposible no encontrar una actividad que se adapte a tu edad, tus gustos y tu disponibilidad.

No cabe ni la menor duda de que Malasaña está sufriendo muchos cambios que no nos gustan a (casi) nadie. Han convertido un barrio que era un pequeño pueblo dentro de una gran ciudad, en un lugar prácticamente prohibitivo para (sobre)vivir. Por desgracia, además de conocer las iniciativas bonitas que se llevan a cabo, también escucho los testimonios de muchas personas que están sufriendo mucho para poder sacar adelante proyectos en los que creen, porque cada vez existen más trabas para los pequeños comercios que  tratan de hacer del centro de Madrid una zona comercial que no resulte exclusiva de las grandes multinacionales. 

Pero, ¿sabéis qué? Yo no he tirado la toalla con Malasaña: es un barrio vivo en el que además de poder disfrutar de una amplia oferta hostelera desde la hora del desayuno hasta la hora de la cena, de un ocio nocturno que sin duda sigue atrayendo a multitud de personas (más a los que viven fuera que a los vecinos, no nos vamos a engañar), de negocios originales que apuestan por el diseño independiente o de paseos por (algunas) calles secretas en las que parece que el tiempo se haya detenido, tiene algo que perdura década tras década: Malasaña intenta seguir promoviendo la cultura en sus diferentes facetas.

¿Te has propuesto recorrer el barrio y fijarte en la de teatros que tenemos? Tendría que ser delito que al menos una vez al mes no fuésemos a una sala, grande o pequeña, a disfrutar de alguna función. El teatro es pura magia, algo que en otras muchas ciudades extrañan y que nosotros parece que no apreciamos como se merece. Cada barrio del centro de Madrid cuenta con salas que narran historias; el teatro te llena el alma y te ayuda a desconectar de la realidad casi como nada lo consigue a día de hoy. Es una válvula de escape que todos deberíamos aprender a valorar. Piensa, ¿cuándo fue la última vez que fuiste al teatro?

¿Por qué no dejas Spotify a un lado y disfrutas de música en directo? Malasaña también cuenta con salas que organizan conciertos: música en vivo con la que bailar y corear las letras que te sabes. Si descubrir a una banda en alguna plataforma online es maravilloso, no te quiero ni contar si la escuchas en una sala. Eso se sumará a tu banco de recuerdos, de esos que esperas no olvidar jamás. 

¿Qué me decís de las librerías? Me encanta cuando paso por delante y veo que todas las semanas presentan libros u organizan talleres para enseñarnos a escribir, o clubes de lectura que nos invitan a llevar siempre un libro en el bolso. Me gusta cuando un escritor da una charla o se recitan poemas que salen del alma. Y aquí, además, hay librerías en las que te puedes tomar un vino mientras lees. Dime, ¿hay algo que inspire más paz y más tranquilidad?

Y las exposiciones, ¿os habéis fijado todas las que se proponen en el barrio? Además de contar con galerías de arte, muchos establecimientos apuestan por tener en sus paredes o en sus vitrinas pinturas, ilutraciones, fotografías o esculturas. Atrévete a descubrir artistas nuevos y si tienes la posibilidad de ahorrar un poquito, verás el placer que supone poder comprarte alguna pieza. El arte ya no es solo apto para millonarios y verás cómo invertir en esa ilustración que te gusta, satisface mucho más que comprarte ropa de temporada. En Malasaña hay galerías que ya en sí son verdaderas obras de arte por su arquitectura, así que si vives aquí o si  vas a venir unos días, no dejes de visitar alguna que llame tu atención. En mi opinión, las exposiciones fomentan la inquietud de saber más y esa es una de las sensaciones más maravillosas que existen.   

Una (gran) parte de Malasaña quiere seguir siendo un barrio que pretende diferenciarse  de otras zonas que se han convertido en auténticos centros comerciales sin alma, pero para ello debe contar con nuestro apoyo. ¿De qué sirve poner un emoticono triste en una red social cada vez que algún medio anuncia el cierre de algún local emblemático si jamás lo pisamos? ¿De qué vale decir que este barrio cada vez es menos auténtico si en lugar de tomarnos una tapa en un bar de toda la vida nos vamos a esa franquicia que te vende dos hamburguesas de cuestionable calidad por una y además, te regala las patatas?

Los barrios los hacen las personas que los visitan, los vecinos, los propietarios de los locales, lo cuidado que lo tengamos entre todos, por lo que apostemos, y yo me niego a creer que Malasaña es, sin más, una zona del centro de Madrid con una amplia oferta de apartamentos vacacionales y comida rápida. Si dejamos que esto suceda, Malasaña se irá a la mierda en menos de lo que canta un gallo. Durante muchos años ha sido un barrio que ha tratado de diferenciarse del resto a través de su originalidad y su amplia oferta de ocio, ¿estamos dispuestos a perderlo?. 

No lo echemos por la borda y apostemos por el Malasaña que realmente queremos, ese que nos atrajo por su autenticidad, originalidad y oferta cuando aterrizamos en él. Si quieres que sobreviva, que se mantengan los negocios de siempre y que convivan con los que llegan cada año para seguir dando vida al barrio, entonces compra en el pequeño comercio; saca entradas para ir al teatro, a un concierto o a una sala de cine, visita las exposiciones que llegan a las galerías, entra en las librerías, escucha la presentación de un libro, cómpratelo y deja que te lo firme el propio escritor.

Saquemos jugo a todas las propuestas que llegan y no nos lamentemos cuando ya sea demasiado tarde. Que los negocios sigan apostando por nuestras calles o que la oferta cultural siga creyendo que Malasaña merece la pena, depende en gran medida de nosotros. ¿Te animas a demostrar el Malasaña que queremos?

Así veo yo Malasaña: sus pros y sus contras

El próximo mes hará cinco años que me vine a vivir a Malasaña. Supe que me quedaría en este barrio tras haber visto varios pisos y sentarme a tomar una caña en una de las terrazas de la plaza de San Ildefonso (sí, por aquel entonces no solo había viviendas en alquiler, también tenían precios más o menos asequibles para un bolsillo modesto) . Hacía uno de esos días primaverales en los que no había demasiada gente por la calle, pero sí la suficiente como para saber que en esta zona de Madrid se respiraba vida.

Mis primeros paseos por el barrio me hicieron descubrir rincones, tiendas y un ambiente con mucha magia que fue el que provocó la creación de este blog. Admiraba el hecho de que en pleno centro de una gran ciudad se pudiese encontrar la mezcla perfecta entre lo tradicional y lo más actual, todo ello en unas callejuelas con encanto que te hacían vivir en un pueblecito a escasos pasos de la Gran Vía. Esto, para una persona que viene de una pequeña (gran) ciudad como A Coruña, era la combinación perfecta para enamorarse de Malasaña.

Por las mañanas de lunes a jueves, me encantaba salir a la calle con mi bolsa de la compra e ir a la frutería, a la zapatería, saludar al vecino que toma el café en una terracita todos los días a la misma hora, ver tiendas con ropa distinta a la que las grandes multinacionales nos tienen habituados o (días excepcionales) coger comida en algún restaurante que ofrecía sabores diferentes a los que había probado hasta entonces. Para mí, las mañanas eran el momento perfecto para vivir el barrio tal y como yo me enamoré de él. 

A pesar de que muchos vecinos de esos que han vivido en Malasaña generación tras generación me decían que el barrio de entonces (2012) ya se había modernizado y había perdido esa esencia de décadas pasadas, yo no podía negar que disfrutaba paseando y viendo que justo al lado de una ferretería abría una tienda vintage o una peluquería diferente a lo que yo estaba habituada.

Por las noches o fines de semana, era otro cantar; cuando eres vecino de un barrio en el que el ocio nocturno es una de las principales atracciones, te resignas a pensar que el ruido es un peaje que tienes que pagar, así que aunque a veces me resultaba de lo más molesto, no tendía a quejarme demasiado porque si no quieres ruido, mejor vete a vivir a la sierra o a una zona más residencial.

Pero como en todo amor, una vez pasada la fase de enamoramiento, llega la fase de darte de bruces con la realidad y asumir que no todo es bonito y perfecto y entonces es cuando llega eso de «en toda relación de pareja hay que aprender a ceder» y ahí comienza esa etapa en la que empiezas a poner peros a las situaciones que te molestan. Tal vez en esa me encuentro yo ahora, que aunque sigo queriendo a Malasaña, hay cosas de ella que creo que debería pararse a pensar y reflexionar.

Nunca me gustaron las terminologías que definen el barrio y se ponen de moda; primero le tocó el turno a lo «hipster» y ahora que ya está demodé, ha llegado la temida «gentrificación». No diré que me he desenamorado de Malasaña, ni que quiera dejarla, pero sí que debemos de tener una charla seria:

Para que una ciudad tenga magia y conserve su esencia, es imprescindible cuidar aquellas cosas que son su seña de identidad, empezando por sus vecinos; es maravilloso que el turismo venga a visitar una ciudad, que se enamore de sus rincones y que quieran volver una y otra vez, pero en mi opinión eso no puede ser una prioridad: no se puede abusar del vecino subiéndole los precios del alquiler a cifras descabelladas que no se pueden permitir y que les obligan a dejar sus viviendas para convertirlas en apartamentos turísticos de pago por días. No se puede presionar a quien con mucho esfuerzo ha montado su propio negocio en un local del centro para que una cadena de comida rápida pague el doble al mes, porque señores, eso es pan para hoy, hambre para mañana. Si dejamos que un barrio pierda a sus vecinos para sustituirles por visitantes temporales, que beban cafés o tomen comida prefabricada, o que sus tiendas echen el cierre ahogados por las deudas, barrios como Malasaña dejarán de ser zonas con encanto dentro de una ciudad cosmopolita para convertirse en lo más parecido que hay a un centro comercial de las afueras de la ciudad, lo que provocará a la larga que pierda esa magia y esa esencia que hace que cada día reciba a cientos de visitantes.

Cuidar a los vecinos de un barrio como este no significa que no puedan abrir tiendas bonitas o restaurantes exóticos, pero cuando vives en un barrio como Malasaña (que no es lo mismo que pasar aquí unos días antes de volver a tu ciudad), necesitas arreglar los bajos de un vestido en una modista de confianza, poder decir en una tienda «anótalo en mi cuenta» cuando necesitas llevarte algo y se te ha olvidado la cartera en casa, sentarte a tomar un café y que el camarero ya sepa que lo tomas en vaso y con una tostada con aceite o tomarte una ración de bravas mientras tu vecino te cuenta que ayer se le atascó el fregadero y tuvo que llamar al fontanero de la calle de al lado y que menos mal que todavía estaba en su local porque si no se quedaba todo el fin de semana con la avería.

Cuando eres vecino, quieres sentirte en tu casa, conocer a la mayoría de las personas que te cruzas en la escalera, poder llamar a la puerta de al lado y pedirle un poco de sal porque se te ha acabado y estás preparando la comida o bajar a la calle y que te puedas sentar en la plaza a que te dé un poco el sol sin tener que esquivar cientos de latas de cerveza donde se supone que los vecinos más pequeños disponen de su espacio para jugar.

A los vecinos también nos gusta que abran lugares con encanto, especiales y únicos y que se entremezclen con los locales de toda la vida, esos que cuando paseas con alguien que ya peina canas te dice «mira, ahí es donde venía yo de joven a tomarme una caña después del trabajo»; lo tradicional y lo moderno pueden coexistir y convivir, haciendo de Malasaña ese barrio maravilloso del que yo me enamoré.

En estos cinco años en Madrid, que ya veis que no es demasiado tiempo, he notado un cambio grande en el barrio y mal que me pese, no ha sido para mejor, pero creo que todavía estamos a tiempo de cambiarlo. Ojalá podamos seguir viendo en las ventanas carteles de «se alquila» y gente que llegue para quedarse, que podamos seguir dando vida y forma a Malasaña, que no pierda su esencia y que cada día los negocios de los vecinos sigan abriendo sus verjas para continuar siendo un lugar de referencia cuando visitas la capital o cuando decides venir de otros barrios al centro para pasar una mañana o una tarde.

Creo que Malasaña se ha esforzado mucho a lo largo de las décadas – cada una de ellas con su encanto – para llegar a tener una identidad como la que tiene. Dejarse llevar a veces es una salida cómoda, atractiva y fácil, y podemos cargarnos todo lo que hemos conseguido de un plumazo. Dediquémosle tiempo, reflexionemos sobre lo que podemos hacer cada uno de nosotros de forma individual y de manera colectiva y tratemos de mantener lo que hace de Malasaña esta zona tan especial: su gente y sus negocios. No dejemos que pierda su brillo, sería una cagada monumental, no lo puedo expresar de otra manera.